domingo, 15 de enero de 2023

Grupo Cántico

 Ricardo Molina

 

 Además de las canciones de los "muniores" que le envió Ginés Liébana, Ricardo Molina viajó a Valenzuela para conocer los villancicos y las costumbres de la Navidad.
  En la entrada Virgen de la Aurora de este blog están publicados los  cuatro artículos que publicó en el diario CÓRDOBA sobre el pueblo.
  Para verlos hay que pulsar en este enlace, seleccionar el apartado Pueblos y elegir Valenzuela.


Pablo García Baena




  El poeta escribe sobre Valenzuela por su amistad con los hermanos Liébana. En la biografía de Josefina del Ateneo de Córdoba  comentan:

Ella, en su pudor, cree que esto no es así, pero lo confirma una de las dedicatorias, recibida con motivo de su onomástica, que Josefina guarda primorosamente en un álbum entre otras, y en la que se puede leer: “A Josefina / que abrió para nosotros el libro de la poesía / y el libro del flamenco / una lejana mañana”. P.G.Baena (San José, 63).  

 En una entrevista del diario CÓRDOBA, (8-7-2012) reproducen algunas de sus palabras:

Yo lo conozco [García Baena a Juan Bernier] en el verano del año 1940, en la Biblioteca. Yo iba todas las tardes y debió llamarle la atención aquel joven que estaba siempre leyendo, y especialmente poesía. Ginés Liébana no estaba, pasaba el verano en Valenzuela, en casa de su hermana Josefina.

– Acláreme un enigma: si le bautizaron como Rafael, ¿por qué acabó llamándose Pablo?

– Mi tía Rosario quería que se me pusiera Pedro Pablo, y entonces las tías manejaban mucho. Pero habían muerto dos o tres Rafaeles y Rafaelas antes de nacer yo --los niños morían como chinches-- y era natural que mi padre quisiera ponerme el nombre de su madre. Y cuando empiezo a escribir, en los cuadernillos que hacíamos para Josefina Liébana ilustrados por su hermano Ginés, como me parecía cursi lo de Rafael Pedro, firmaba Pablo.

En el poema  A solas con tu lámpara que Pablo escribe a Josefina Liébana hay varios versos (marcados en negritas) dedicados a Valenzuela. Hablan de los  "muniores" y de la imagen de Cristo que había en la parroquia 


Al pasar por las calles hoy he dicho tu nombre:

Amiga. Y sin saberlo inauguré la tarde

con un perfume nuevo, como un árbol de aromas

que entregara sus ramas al hacha del otoño.


No sé por dónde era. Por Puerta Nueva acaso.

Tal vez en la del Viento o en la calle Ravé

donde el silencio apaga con sus yedras las voces

y hay un balcón que velan muselinas y lágrimas.

Paseo todas las tardes. Tú lo sabes. Me has visto


parado ante los patios donde crece la hierba.

Calle de la Ceniza. Un puñal de palomas

rasga como un suspiro el timbal de las nubes.

Vengo de despedirte. No he sacado el pañuelo.

Doña Eloísa guarda los lentes en el bolso.


Si el autobús parara… Espera… No te he dicho

que el jardín de los Mártires enferma de violetas.

Hay un banco en mi vida solitario y umbrío

donde el amor dos veces me ciñó con su dicha:

el estío… No sabes… Me llamaba el estío.


Hoy me siento enlutado con las manos vacías.

Ahora estarás llegando… Anochece. En el pueblo

recogen el ganado. Un cencerro perdido

y el humilde fulgor de las bombillas eléctricas

el corazón coronan de vesperal tristeza.


Vuelta a todo: el farol del portal, la escalera,

la ventana. No abras. Es la noche que llama

en el cristal. No abras. Tengo miedo de verte

entregar a la noche tu sollozo implorante.

Luego la cena, el lecho. Oyes pasos. No es nadie.


¿No te llaman? Murmuran tu nombre desde lejos.

Y cuando el pueblo duerme su latido pesado

en el corral los perros aúllan largamente.

Por entre el sueño yerran voces de madrugada.

Pasan los muñidores del Rosario cantando:


«La campana de la Aurora suena, si no te levantas por tu voluntad…»

Huele el alba a tabaco, a aguardiente y a cera.

La iglesia es limpia y pobre. Nuestro Padre Jesús,

con su pelo de niña y almidón en la enagua,

perdona a las benditas almas del purgatorio


donde un obispo quema sus pecados mundanos.

Ite, missa est. Blanco como un velo de bodas

el sagrario se alumbra con tu alma y la lámpara

y está oculto el Cordero nupcial, que inútilmente

espera ver llegar sus tardos invitados.


Bordas junto al jazmín del patio. Hoy no hay carta.

El cartero ha pasado por la calle cantando

y aún se oye su voz lejana en los portales

gritar: «Don…». Huye un mulo de látigos y moscas.

Dan las doce. He aquí la esclava del Señor.


Aprestar los manteles. El pan está caliente

igual que el corazón de un niño y en los platos

la sopa humea solemne como un tirio turíbulo.

Otra vez otra tarde. Cae el libro de las manos.

La lluvia en las canales y en la tinaja rota


del patio hace sonar su martillo de agua,

tal la péndola insomne de un reloj en el viento.

Suave la gotera del granero retumba…

Hay maíz en el suelo y las ciruelas claudias

envuelven su rubor en papeles de seda


ornando con los ajos el techo de melones.

Campanas. Pasa el médico. ¿Qué es la felicidad?

Sí, ese nombre –¿lloras? – pronunciado en voz baja

o ese polvo que cubre de adioses los zapatos

después de despedir el recuerdo de un día.


Así esperas sin queja, conteniendo el aliento,

algo que desde lejos te hace signos estériles

y aguardando el milagro vuelan lentas las tardes…

Mas tú te quedas sola a solas con tu lámpara. Eel

 

La poesía está contenida en Los cuadernillos de Josefina 


Ginés Liébana




Entre los comentarios del pintor sobre Valenzuela sobresale los de la carta Vivir, escrita sobre su propia muerte:

No se puede decir que mi vida haya sido feliz porque a mí la palabra “feliz” me divierte poco. Es tan complejo, que no se puede decir que sea feliz o melancólica. Dentro de un minuto seremos distintos. La vida está siempre cambiando, afortunadamente. No hay nada más aburrido que la estabilidad.

Yo nací antes de nacer. Parece una ironía. Llegué a Córdoba con seis años. Lo que yo pasé antes de llegar a Córdoba es muy largo, pero que muy largo. En mi lejana infancia intervino mucho la boca. Ella era la puerta a la existencia y la sensualidad. Hay cosas de la infancia que no puedo decir porque siendo orgánicas son bellas. Yo lo intuí todo. En Valenzuela eran los hombres los que rezaban el Rosario de la Aurora. Yo los escuchaba, con sus voces duras rezando de aquella manera, que no eran rezos susurrantes, sino rezos fuertes. A mí se me han quedado esas voces en la memoria. Yo lo recuerdo, debido a una atención especial que yo ponía a todo.

Eran unas voces violentas que asustaban a los niños, pero a mí me despertó una cosa insólita por esa atención mía. Se me ha quedado en el recuerdo el olor a aguardiente seco tan característico de aquellas mañanas, cuando los hombres salían a rezar –porque rezar es cosa de hombres– de una forma tan bestia y delicada a la vez. También recuerdo el ponche que hacía mi abuela con el vino de Doña Mencía, los melocotones, la nieve y la gaseosa. Lo recuerdo todo, incluso de lo que nadie recuerda con esa edad. Es algo muy singular. Cuando ocurría algo, yo lo oía. Eso que aparece en El mueble obrero cuando dicen “¡han matado a Julián Carnero!” yo lo oí y lo vi. Pasó delante de mí. Vi cómo la jaca que llevaba al muerto salió corriendo y volvió a su cuadra –porque los cabllos conocen los lugares– y entonces alguien fue a por ella y la regresó donde estaba el muerto, que se encontraba en un charco lleno de moscas. Todo eso yo lo vi en Valenzuela, siendo muy niño.

 

Otros comentarios:

Entrevista con Ginés Liébana. ABC.18/11/2007.  

Liébana rinde auténtica devoción por Torredonjimeno, pero también por Valenzuela, el pueblo de su madre, de quien heredó esa tendencia indisimulada al histrionismo. "De ahí viene mi forma de ser: una forma disparatada, donde cuenta mucho el absurdo y una chispa de humor. En Valenzuela no había nada, ni conventos ni prostíbulos, sólo tabernas y entierros, que eran la fiesta del pueblo".

 

EL PAÍS Andalucía. 22 de septiembrede 2006 

En mi infancia tuve la suerte de vivir en Valenzuela, un pueblo alejado del mundo, sin tren, en el que se hablaba como en la época de Cervantes. Estuve también en Baena y en Cañete de las Torres. Y conté la llegada de Casanova a Priego de Córdoba. Cultivo mucho el absurdo.

 

Diario JAÉN. 15 de marzo de 2011 

Continuamente me iba a Valenzuela, que está a dos pasos de Torredonjimeno, a casa de mi abuela.

 

Diario CÓRDOBA. 24 de junio de 2012 

Yo soy un farsante. Soy histriónico y eso me viene de la familia de mi madre, que era de Valenzuela. La chacha Clementina, hermana de mi madre, era genial. Cuando llegó al pueblo un cura joven y guapo, con la cara ya moderna, decía: "Ha llegado el cura, ¡Y es soltero!". Y soy también un fresco, porque sin haber estado colocado me he sabido buscar la vida.

 

ABC de Sevilla, 1 de abril de 2018

Pasa Ginés con rapidez de los amigos inolvidables de Cántico a la familia. Porque al artista le encanta recordar su infancia en el municipio de Valenzuela, el pueblo en el que sólo había «tabernas y entierros». También la pronunciación de sus parientes. Sus historias, con algo de realismo mágico liebanizado, son inacabables y hoy le toca comparecer a su tío materno Antero Velasco. «Mi tío fue a la guerra de África y allí le tuvieron que hacer cosas terribles», explica. El tío Antero, de vuelta de sus guerras, se iba a menudo a la taberna «bajaba impertérrito por la calle, con ese silencio suyo». «Hay poesía en todo eso, y en la forma en la que hablaba», resume Ginés mientras imita una pronunciación de labio superior inmóvil y palabras sentenciosas como cuchillos.

  Pinturas

En las Jornadas sobre Ginés Liébana en su Centenario, Raúl Alonso, poeta y editor de la Editorial Cántico pronunció la conferencia Los Cuadernos de Liébana: Los diarios como Libros de Artista.

Enlace con la conferencia

Dos de las obras proyectadas en la conferencia.

Calle de Valenzuela desde la casa de su hermana Josefina


Cortijo de Valenzuela

La obra más importante del pintor en Valenzuela es un Purgatorio desaparecido en el derribo de la iglesia en los años setenta. La pintura ya estaba muy deteriorada debido a la humedad. En la fotografía se puede ver la mancha de agua en la parte exterior del muro donde estaba colgada.


Pablo García Baena se refiere a ella en la poesía antes citada:

La iglesia es limpia y pobre. Nuestro Padre Jesús, 

con su pelo de niña y almidón en la enagua,

perdona a las benditas almas del purgatorio 

donde un obispo quema sus pecados mundanos.

 

 

Juan Bernier 




  Tiene dos aportaciones a la historia de Valenzuela: un estudio sobre el Cerro Boyero y un artículo sobre la destrucción del castillo.
 Su trabajo sobre el Cerro Boyero está incluido en la entrada Cerro Boyero de este blog.

 Aparejo ciclópeo en el cierre noreste de la muralla de Boyero (a partir de Bernier et alii., 1981: lám. XLVIII

Para descargar el artículo sobre el castillo hay que pulsar en este enlaceseleccionar el apartado Pueblos y elegir Valenzuela.

Diario CÓRDOBA. 9/11/1966

El desaparecido castillo de Valenzuela
   Son los nombres de Tulla Fidencia, de Obticula, de Hispalis, de Virtus Tulla o de Ituci, con los que nuestros eruditos quisieron bautizar paganamente el pueblo de Valenzuela sin más razón que sus elucubraciones personales. Lo único cierto es que como lo indican los restos romanos de su término debió ser un conjunto de fundas agrícolas de los muchos que en los tiempos ibéricos ros manos poblaban nuestra campiña hasta las tierras de Jaén. Precisamente su cercanía a la provincia hermana que desde el siglo IV antes de Cristo era un emporio de riqueza y civilización, elevó su papel como el de toda la ondulada campiña de Castro y Baena, exportadoras de cereal a cambio de los metales indígenas y de los produc-tos de importación griega tan corrientes en aquella época. El testimonio lo tenemos en el Cerro Minguillar de Baena, en la Iponuba cercana, donde espléndidas ánforas del estilo de Kercht, se encontraron en su primera excavación y alguna de ellas está en el Museo Arqueológico Nacional. Tales piezas del siglo IV antes del Cristianismo se encuentran también hasta el sur de Baena y sobre todo en !os recintos ibéricos de Nueva Carteya. En cuanto al nombre del conjunto urbano no sabemos nada y sí sólo que la población que pervivió en tiempos árabes fué conquistada por Lope Sánchez un año antes de Córdoba y que este caballero hizo reparar su fortaleza o castillo. Ya se conocía con su nombre actual del que tomaron apellido sus señores y en tiempo de Juan I, en 1380 se formó el mayorazgo con «su castillo, tierras y pertenencias». Castillo que reinando Enrique II, fué defendido de un ataque de los granadinos, tan violento, gue llegaron a demoler la Torre del Homenaje. Su alcaide y señor, Alfonso Sánchez de Valenzuela, sin duda, encontró la manera un poco anómada de conservar la fortaleza una vez caído su bastión vital, sin duda porque el caserío debió estar igualmente fortificado.
    Las luchas nobiliarias del XV, cuestión de intereses familiares de los Córdobas hicieron que este castillo fuera tomado a mano armada por su propio dueño. Este X señor de seis o siete años había tratado con Doña Francisca de Zúñiga mujer de su tutor el conde de Cabra de cambiar Valenzuela por la finca cordobesa del Montón de Tierra. Pero llegado a su mayoría de catorce años, hubo quien le indicó el perjuicio de tal cambio y con una determinación de pelo en pecho, él y sus jóvenes amigos se apoderaron de Valenzuela y su castillo. Hermosa reivindicación que la realidad paga con su ruina, pues sus tutores tenían cédula real autorizando el cambio, con lo que su heroico y novelesco acto juvenil se convirtió automáticamente en delito de lesa magestad. ¡Y buena le cayó al pobre, con los escarmentados Fernando e Isabel hartos de soportar las audacias de los aristócratas cordobeses! Una orden real de Don Diego López de Avalos, comendador de Córdoba llegó y fué ejecutada «para que demoliese el castillo hasta los cimientos y que no quedase señal de él ni se pudiere reedifican. Indudablemente los Reyes Católicos no eran muy amigos del marqués de Sales y aún menos Amigos de los Castillos. Así quedó Valenzuela sin castillo y el doncel sólo con su escudo donde un león rampante hacia vanos esfuerzos por escalar la fortaleza de sus mayores. Doña Francisca de Zúñiga y su marido el conde de Cabra se quedaron con el estado y señorío de Valenzuela porque en aquella época un contrato con un niño de siete, era un contrato y sobre todo porque como dice la canción era.
Con el conde, conde de Cabra 
                                                         y el pez grande se come al chico.



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