Ricardo Molina
Además de las canciones de los "muniores" que le envió Ginés Liébana, Ricardo Molina viajó a Valenzuela para conocer los villancicos y las costumbres de la Navidad.
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Pueblos y elegir
Valenzuela.
Pablo García Baena
Ella, en su pudor, cree que esto no es
así, pero lo confirma una de las dedicatorias, recibida con motivo
de su onomástica, que Josefina guarda primorosamente en un álbum
entre otras, y en la que se puede leer: “A Josefina / que abrió
para nosotros el libro de la poesía / y el libro del flamenco / una
lejana mañana”. P.G.Baena (San José, 63).
En una entrevista del diario CÓRDOBA, (8-7-2012) reproducen algunas de sus palabras:
Yo lo conozco [García Baena a
Juan Bernier] en el verano del año 1940, en la Biblioteca. Yo iba
todas las tardes y debió llamarle la atención aquel joven que
estaba siempre leyendo, y especialmente poesía. Ginés Liébana no
estaba, pasaba el verano en Valenzuela, en casa de su hermana
Josefina.
– Acláreme un enigma: si le
bautizaron como Rafael, ¿por qué acabó llamándose Pablo?
– Mi tía Rosario quería que se me
pusiera Pedro Pablo, y entonces las tías manejaban mucho. Pero
habían muerto dos o tres Rafaeles y Rafaelas antes de nacer yo --los
niños morían como chinches-- y era natural que mi padre quisiera
ponerme el nombre de su madre. Y cuando empiezo a escribir, en los
cuadernillos que hacíamos para Josefina Liébana ilustrados por su
hermano Ginés, como me parecía cursi lo de Rafael Pedro, firmaba
Pablo.
En el poema A solas con tu lámpara que Pablo escribe a Josefina Liébana hay varios versos (marcados en negritas) dedicados a Valenzuela. Hablan de los "muniores" y de la imagen de Cristo que había en la parroquia
Al
pasar por las calles hoy he dicho tu nombre:
Amiga.
Y sin saberlo inauguré la tarde
con
un perfume nuevo, como un árbol de aromas
que
entregara sus ramas al hacha del otoño.
No
sé por dónde era. Por Puerta Nueva acaso.
Tal
vez en la del Viento o en la calle Ravé
donde
el silencio apaga con sus yedras las voces
y
hay un balcón que velan muselinas y lágrimas.
Paseo
todas las tardes. Tú lo sabes. Me has visto
parado
ante los patios donde crece la hierba.
Calle
de la Ceniza. Un puñal de palomas
rasga
como un suspiro el timbal de las nubes.
Vengo
de despedirte. No he sacado el pañuelo.
Doña
Eloísa guarda los lentes en el bolso.
Si
el autobús parara… Espera… No te he dicho
que
el jardín de los Mártires enferma de violetas.
Hay
un banco en mi vida solitario y umbrío
donde
el amor dos veces me ciñó con su dicha:
el
estío… No sabes… Me llamaba el estío.
Hoy
me siento enlutado con las manos vacías.
Ahora
estarás llegando… Anochece. En el pueblo
recogen
el ganado. Un cencerro perdido
y
el humilde fulgor de las bombillas eléctricas
el
corazón coronan de vesperal tristeza.
Vuelta
a todo: el farol del portal, la escalera,
la
ventana. No abras. Es la noche que llama
en
el cristal. No abras. Tengo miedo de verte
entregar
a la noche tu sollozo implorante.
Luego
la cena, el lecho. Oyes pasos. No es nadie.
¿No
te llaman? Murmuran tu nombre desde lejos.
Y
cuando el pueblo duerme su latido pesado
en
el corral los perros aúllan largamente.
Por
entre el sueño yerran voces de madrugada.
Pasan
los muñidores del Rosario cantando:
«La
campana de la Aurora suena, si no te levantas por tu voluntad…»
Huele
el alba a tabaco, a aguardiente y a cera.
La
iglesia es limpia y pobre. Nuestro Padre Jesús,
con
su pelo de niña y almidón en la enagua,
perdona
a las benditas almas del purgatorio
donde
un obispo quema sus pecados mundanos.
Ite,
missa est. Blanco como un velo de bodas
el
sagrario se alumbra con tu alma y la lámpara
y
está oculto el Cordero nupcial, que inútilmente
espera
ver llegar sus tardos invitados.
Bordas
junto al jazmín del patio. Hoy no hay carta.
El
cartero ha pasado por la calle cantando
y
aún se oye su voz lejana en los portales
gritar:
«Don…». Huye un mulo de látigos y moscas.
Dan
las doce. He aquí la esclava del Señor.
Aprestar
los manteles. El pan está caliente
igual
que el corazón de un niño y en los platos
la
sopa humea solemne como un tirio turíbulo.
Otra
vez otra tarde. Cae el libro de las manos.
La
lluvia en las canales y en la tinaja rota
del
patio hace sonar su martillo de agua,
tal
la péndola insomne de un reloj en el viento.
Suave
la gotera del granero retumba…
Hay
maíz en el suelo y las ciruelas claudias
envuelven
su rubor en papeles de seda
ornando
con los ajos el techo de melones.
Campanas.
Pasa el médico. ¿Qué es la felicidad?
Sí,
ese nombre –¿lloras? – pronunciado en voz baja
o
ese polvo que cubre de adioses los zapatos
después
de despedir el recuerdo de un día.
Así
esperas sin queja, conteniendo el aliento,
algo
que desde lejos te hace signos estériles
y
aguardando el milagro vuelan lentas las tardes…
Mas
tú te quedas sola a solas con tu lámpara. Eel
Ginés Liébana
No
se puede decir que mi vida haya sido feliz porque a mí la palabra
“feliz” me divierte poco. Es tan complejo, que no se puede decir
que sea feliz o melancólica. Dentro de un minuto seremos distintos.
La vida está siempre cambiando, afortunadamente. No hay nada más
aburrido que la estabilidad.
Yo
nací antes de nacer. Parece una ironía. Llegué a Córdoba con seis
años. Lo que yo pasé antes de llegar a Córdoba es muy largo, pero
que muy largo. En mi lejana infancia intervino mucho la boca. Ella
era la puerta a la existencia y la sensualidad. Hay cosas de la
infancia que no puedo decir porque siendo orgánicas son bellas. Yo
lo intuí todo. En Valenzuela eran los hombres los que rezaban el
Rosario de la Aurora. Yo los escuchaba, con sus voces duras rezando
de aquella manera, que no eran rezos susurrantes, sino rezos fuertes.
A mí se me han quedado esas voces en la memoria. Yo lo recuerdo,
debido a una atención especial que yo ponía a todo.
Eran
unas voces violentas que asustaban a los niños, pero a mí me
despertó una cosa insólita por esa atención mía. Se me ha quedado
en el recuerdo el olor a aguardiente seco tan característico de
aquellas mañanas, cuando los hombres salían a rezar –porque rezar
es cosa de hombres– de una forma tan bestia y delicada a la vez.
También recuerdo el ponche que hacía mi abuela con el vino de Doña
Mencía, los melocotones, la nieve y la gaseosa. Lo recuerdo todo,
incluso de lo que nadie recuerda con esa edad. Es algo muy singular.
Cuando ocurría algo, yo lo oía. Eso que aparece en El mueble obrero
cuando dicen “¡han matado a Julián Carnero!” yo lo oí y lo vi.
Pasó delante de mí. Vi cómo la jaca que llevaba al muerto salió
corriendo y volvió a su cuadra –porque los cabllos conocen los
lugares– y entonces alguien fue a por ella y la regresó donde
estaba el muerto, que se encontraba en un charco lleno de moscas.
Todo eso yo lo vi en Valenzuela, siendo muy niño.
Otros comentarios:
Entrevista con Ginés Liébana. ABC.18/11/2007.
Liébana rinde auténtica devoción por
Torredonjimeno, pero también por Valenzuela, el pueblo de su madre,
de quien heredó esa tendencia indisimulada al histrionismo. "De ahí
viene mi forma de ser: una forma disparatada, donde cuenta mucho el
absurdo y una chispa de humor. En Valenzuela no había nada, ni
conventos ni prostíbulos, sólo tabernas y entierros, que eran la
fiesta del pueblo".
EL PAÍS Andalucía. 22 de septiembrede 2006
En mi infancia tuve la suerte de vivir
en Valenzuela, un pueblo alejado del mundo, sin tren, en el que se
hablaba como en la época de Cervantes. Estuve también en Baena y en
Cañete de las Torres. Y conté la llegada de Casanova a Priego de
Córdoba. Cultivo mucho el absurdo.
Diario JAÉN. 15 de marzo de 2011
Continuamente me iba a Valenzuela, que
está a dos pasos de Torredonjimeno, a casa de mi abuela.
Diario CÓRDOBA. 24 de junio de 2012
Yo soy un farsante. Soy histriónico y
eso me viene de la familia de mi madre, que era de Valenzuela. La
chacha Clementina, hermana de mi madre, era genial. Cuando llegó al
pueblo un cura joven y guapo, con la cara ya moderna, decía: "Ha
llegado el cura, ¡Y es soltero!". Y soy también un fresco,
porque sin haber estado colocado me he sabido buscar la vida.
ABC de Sevilla, 1 de abril de 2018
Pasa Ginés con rapidez de los amigos
inolvidables de Cántico a la familia. Porque al artista le encanta
recordar su infancia en el municipio de Valenzuela, el pueblo en el
que sólo había «tabernas y entierros». También la pronunciación
de sus parientes. Sus historias, con algo de realismo mágico
liebanizado, son inacabables y hoy le toca comparecer a su tío
materno Antero Velasco. «Mi tío fue a la guerra de África y allí
le tuvieron que hacer cosas terribles», explica. El tío Antero, de
vuelta de sus guerras, se iba a menudo a la taberna «bajaba
impertérrito por la calle, con ese silencio suyo». «Hay poesía en
todo eso, y en la forma en la que hablaba», resume Ginés mientras
imita una pronunciación de labio superior inmóvil y palabras
sentenciosas como cuchillos.
Pinturas
En las Jornadas sobre Ginés Liébana en su Centenario, Raúl Alonso, poeta y editor de la Editorial Cántico pronunció la conferencia Los Cuadernos de Liébana: Los diarios como Libros de Artista.
Enlace con la conferencia
Dos de las obras proyectadas en la conferencia.
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Calle de Valenzuela desde la casa de su hermana Josefina |
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Cortijo de Valenzuela |
La obra más importante del pintor en Valenzuela es un Purgatorio desaparecido en el derribo de la iglesia en los años setenta. La pintura ya estaba muy deteriorada debido a la humedad. En la fotografía se puede ver la mancha de agua en la parte exterior del muro donde estaba colgada.
Pablo García Baena se refiere a ella en la poesía antes citada:
La iglesia es limpia y pobre. Nuestro Padre Jesús,
con su pelo de niña y almidón en la enagua,
perdona a las benditas almas del purgatorio
donde un obispo quema sus pecados mundanos.
Juan Bernier
Tiene dos aportaciones a la historia de Valenzuela: un estudio sobre el Cerro Boyero y un artículo sobre la destrucción del castillo.
Su trabajo sobre el Cerro Boyero está incluido en la entrada
Cerro Boyero de este blog.
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Aparejo ciclópeo en el cierre noreste de la muralla de Boyero (a partir de Bernier et alii., 1981: lám. XLVIII |
Para descargar el artículo sobre el castillo hay que pulsar
en este enlace,
seleccionar el apartado Pueblos y elegir Valenzuela.
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Diario CÓRDOBA. 9/11/1966 |
El desaparecido castillo de Valenzuela
Son los nombres de Tulla Fidencia, de Obticula, de Hispalis, de Virtus Tulla o de Ituci, con los que nuestros eruditos quisieron bautizar paganamente el pueblo de Valenzuela sin más razón que sus elucubraciones personales. Lo único cierto es que como lo indican los restos romanos de su término debió ser un conjunto de fundas agrícolas de los muchos que en los tiempos ibéricos ros manos poblaban nuestra campiña hasta las tierras de Jaén. Precisamente su cercanía a la provincia hermana que desde el siglo IV antes de Cristo era un emporio de riqueza y civilización, elevó su papel como el de toda la ondulada campiña de Castro y Baena, exportadoras de cereal a cambio de los metales indígenas y de los produc-tos de importación griega tan corrientes en aquella época. El testimonio lo tenemos en el Cerro Minguillar de Baena, en la Iponuba cercana, donde espléndidas ánforas del estilo de Kercht, se encontraron en su primera excavación y alguna de ellas está en el Museo Arqueológico Nacional. Tales piezas del siglo IV antes del Cristianismo se encuentran también hasta el sur de Baena y sobre todo en !os recintos ibéricos de Nueva Carteya. En cuanto al nombre del conjunto urbano no sabemos nada y sí sólo que la población que pervivió en tiempos árabes fué conquistada por Lope Sánchez un año antes de Córdoba y que este caballero hizo reparar su fortaleza o castillo. Ya se conocía con su nombre actual del que tomaron apellido sus señores y en tiempo de Juan I, en 1380 se formó el mayorazgo con «su castillo, tierras y pertenencias». Castillo que reinando Enrique II, fué defendido de un ataque de los granadinos, tan violento, gue llegaron a demoler la Torre del Homenaje. Su alcaide y señor, Alfonso Sánchez de Valenzuela, sin duda, encontró la manera un poco anómada de conservar la fortaleza una vez caído su bastión vital, sin duda porque el caserío debió estar igualmente fortificado.
Las luchas nobiliarias del XV, cuestión de intereses familiares de los Córdobas hicieron que este castillo fuera tomado a mano armada por su propio dueño. Este X señor de seis o siete años había tratado con Doña Francisca de Zúñiga mujer de su tutor el conde de Cabra de cambiar Valenzuela por la finca cordobesa del Montón de Tierra. Pero llegado a su mayoría de catorce años, hubo quien le indicó el perjuicio de tal cambio y con una determinación de pelo en pecho, él y sus jóvenes amigos se apoderaron de Valenzuela y su castillo. Hermosa reivindicación que la realidad paga con su ruina, pues sus tutores tenían cédula real autorizando el cambio, con lo que su heroico y novelesco acto juvenil se convirtió automáticamente en delito de lesa magestad. ¡Y buena le cayó al pobre, con los escarmentados Fernando e Isabel hartos de soportar las audacias de los aristócratas cordobeses! Una orden real de Don Diego López de Avalos, comendador de Córdoba llegó y fué ejecutada «para que demoliese el castillo hasta los cimientos y que no quedase señal de él ni se pudiere reedifican. Indudablemente los Reyes Católicos no eran muy amigos del marqués de Sales y aún menos Amigos de los Castillos. Así quedó Valenzuela sin castillo y el doncel sólo con su escudo donde un león rampante hacia vanos esfuerzos por escalar la fortaleza de sus mayores. Doña Francisca de Zúñiga y su marido el conde de Cabra se quedaron con el estado y señorío de Valenzuela porque en aquella época un contrato con un niño de siete, era un contrato y sobre todo porque como dice la canción era.
Con el conde, conde de Cabra
y el pez grande se come al chico.